Anna
Cuando Anna y yo nos conocimos, hablamos con calma de su maternidad.
Más tarde me escribió un precioso texto que fue mi inspiración para su anillo:
“No sé ponerlo en palabras, pero mi imagen de la maternidad es un mar agitado, en tormenta, y en medio de esa tormenta hay una roca que está ahí, inamovible. y recibe el impacto del oleaje y se va transformando y moldeando debido a él, pero sigue ahí, no se desprende, no se rompe a pesar de la fuerza del mar. Siento que esa roca soy yo, mi yo más honesto y profundo, al que habitualmente no puedo ver ni escuchar porque está cubierto por ideas, prejuicios, concepciones de lo que debería ser, de lo que está bien y mal, expectativas propias y ajenas… ese es mi lugar a salvo en la maternidad, el lugar al que siempre puedo volver. y poder acceder a él, poder conocer esa parte de mí que estaba, pero que no veía con frecuencia, es uno de los grandes regalos que me ha hecho la maternidad.
La maternidad es una puesta en contacto conmigo misma, es un viaje de regreso a mí. Sí, cuando pienso en maternidad, la imagen que me viene es esa: un mar en tormenta y esa roca que sigue ahí, inamovible a pesar de todo, a la que me puedo coger, a la que siempre puedo volver."
Recojo sus palabras y comienzo a jugar con el oro. Un oro cargado de historia ya que utilizo una cadena y un par de pendientes de su madre para crear su pieza. Mientras lo fundo, éste se licúa y amolda suavemente sobre el aro. Sueldo un elemento circular, su roca.
Una roca profunda, unida sutil y firmemente al aro, al mar revuelto. Una roca que se ancla en lo más profundo, en su yo más auténtico, de ahí su forma convexa que se hunde en ella.
Un anillo único cargado de sus emociones.